Dicen que cambiar realidades nunca ha sido cosa de dos días. Y no, no es una labor que se pueda realizar con facilidad, y mucho menos, sin la colaboración y la participación de la ciudadanía. Hace unos días, precisamente participando en un Foro sobre Igualdad me di cuenta que el lenguaje inclusivo, no sexista, es una de esas realidades sociales que - necesarias - precisan de un esfuerzo colectivo para que lleguen a materializarse como tal.
El lenguaje inclusivo es un reto que debemos comenzar a
"normalizar" en todos y cada uno de los ámbitos y espacios en los que se
desenvuelva y desarrolle el ser humano. Desde el ámbito
académico, con una especial incidencia en su uso oral y escrito, pasando
por la política y los discursos públicos, así como en las
conversaciones y encuentros sociales del día a día.
La Real Academia Española se hace un flaco favor a sí misma considerando que un "lenguaje inclusivo, no sexista" va en detrimento de la comunicación y los procesos comunicativos. Se olvidan que nuestro idioma, precisamente nuestro idioma, por su riqueza y amplio léxico, se puede articular de mútliples formas y no por ello se dificulta su entendimiento y comprensión.
Está claro que la interiorización y asimilación de un lenguaje inclusivo, no sexista, conlleva un proceso de adaptación que, a tenor del tradicional arraigo del uso sexista del lenguaje actual, requiere de esfuerzo y mucha paciencia. Sin embargo, todos y cada uno de los cambios sustanciales que se han producido en nuestro idioma han requerido de un esfuerzo similar o superior al mencionado.
Cambiar de registro y re-codificarnos para hacer un uso no sexista del lenguaje es una labor que, sin esfuerzo y dedicación, difícilmente podría conseguirse. Si hemos sido capaces de asimilar y aceptar la incorporación de cerca de 19.300 nuevos cambios en el Diccionario de la Real Academia Española desde el año 2001 ¿no podemos ser capaces de asimilar, normalizar e interiorizar el uso de un lenguaje inclusivo?
Dice el secretario de la RAE, Darío Villanueva que «la Academia no legisla, no crea realidades. Simplemente introduce en el Diccionario acepciones y términos que están en el lenguaje. No emite en relación con ellos ningún juicio de valor, actúa con la más absoluta objetividad, al considerar que afecta a 450 millones de personas».* Entonces, ¿por qué se considera que el lenguaje inclusivo impide la comunicación? ¿No se coarta de esta manera la posibilidad de generar y crear nuevas realidades? Cambiar realidades es trabajo de la sociedad y de la ciudadanía que así lo anhele. Disponemos de un vocabulario lo suficientemente amplio como para poder comenzar el cambio. Y ya ha comenzado.
Otra cosa es que desde la RAE, ese cambio no sea visto con buenos ojos. Después de siglos de "rutina lingüística" y uso no inclusivo del lenguaje, plantear el lenguaje inclusivo, no sexista, como una opción válida e igualitaria, debe chocar con sus patriarcales planteamientos y patrones psicosociales. Pues ya es hora de que se den cuenta que el mundo se mueve y el cambio, ni se consulta, ni se frena. Y ahí radica la verdadera significación de sus "herméticos esquemas" pues, cuando el cambio no se acepta, la resistencia al mismo se convierte en enfermedad.
La Real Academia Española se hace un flaco favor a sí misma considerando que un "lenguaje inclusivo, no sexista" va en detrimento de la comunicación y los procesos comunicativos. Se olvidan que nuestro idioma, precisamente nuestro idioma, por su riqueza y amplio léxico, se puede articular de mútliples formas y no por ello se dificulta su entendimiento y comprensión.
Está claro que la interiorización y asimilación de un lenguaje inclusivo, no sexista, conlleva un proceso de adaptación que, a tenor del tradicional arraigo del uso sexista del lenguaje actual, requiere de esfuerzo y mucha paciencia. Sin embargo, todos y cada uno de los cambios sustanciales que se han producido en nuestro idioma han requerido de un esfuerzo similar o superior al mencionado.
Cambiar de registro y re-codificarnos para hacer un uso no sexista del lenguaje es una labor que, sin esfuerzo y dedicación, difícilmente podría conseguirse. Si hemos sido capaces de asimilar y aceptar la incorporación de cerca de 19.300 nuevos cambios en el Diccionario de la Real Academia Española desde el año 2001 ¿no podemos ser capaces de asimilar, normalizar e interiorizar el uso de un lenguaje inclusivo?
Dice el secretario de la RAE, Darío Villanueva que «la Academia no legisla, no crea realidades. Simplemente introduce en el Diccionario acepciones y términos que están en el lenguaje. No emite en relación con ellos ningún juicio de valor, actúa con la más absoluta objetividad, al considerar que afecta a 450 millones de personas».* Entonces, ¿por qué se considera que el lenguaje inclusivo impide la comunicación? ¿No se coarta de esta manera la posibilidad de generar y crear nuevas realidades? Cambiar realidades es trabajo de la sociedad y de la ciudadanía que así lo anhele. Disponemos de un vocabulario lo suficientemente amplio como para poder comenzar el cambio. Y ya ha comenzado.
Otra cosa es que desde la RAE, ese cambio no sea visto con buenos ojos. Después de siglos de "rutina lingüística" y uso no inclusivo del lenguaje, plantear el lenguaje inclusivo, no sexista, como una opción válida e igualitaria, debe chocar con sus patriarcales planteamientos y patrones psicosociales. Pues ya es hora de que se den cuenta que el mundo se mueve y el cambio, ni se consulta, ni se frena. Y ahí radica la verdadera significación de sus "herméticos esquemas" pues, cuando el cambio no se acepta, la resistencia al mismo se convierte en enfermedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario