Alguien
dijo una vez que la corrupción tiene sus raíces tan profundas en
nuestra sociedad, que erradicarla no sólo resultaría imposible,
sino utópico. En la política, como en la sociedad, dichas raíces –
que más bien parecen tentáculos – se enquistan con tal fuerza
que, cuando nos damos cuenta, discenir entre lo bueno y lo malo no es
simplemente una cuestión de moral. Llegamos entonces al binomio
Corrupción moral – Corrupción económica. ¿Cuál fue antes? ¿El
huevo o la moral?
La
respuesta es fácil. Si el ser humano “se diferencia” de los
animales – salvo excepciones notables en las que el humano se
supera a sí mismo hasta alcanzar cotas de estupidez insospechadas –
por su capacidad para razonar, y dentro de dicha capacidad se
encuentra intrínseca la habilidad de distinguir entre el blanco y el
negro, lo bueno y lo malo, lo legal y lo ilegal... hemos de concluir
que la moral, como instrumento útil a tener en cuenta, es primigenia
frente a cualquier otro concepto inherente al individuo. Sabiendo
esto, y aplicándolo al ámbito político – del que mi querida
Marlene sabe más que tres juntos – la solución al problema
aparece por sí sola.
Desde
el momento mismo en el que lo económico induce al titubeo, y sin
haber llevado a cabo, de facto, el amago de ejercitar una práctica
malintencionada relacionada con este ámbito, el solo hecho de dudar
y poner nuestra moral entre el euro y la pared, nos sitúa en el
primer tipo de corrupción. La más problemática, la de los cobardes
erráticos, la que conlleva la segunda.
Ay,
querida Dietrich... ¡cuánto se te echa de menos por estos lares! El
pueblo sigue igual, nada cambia, la gallina le sigue al huevo, y el
huevo a la gallina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario