Suspiró profundamente y recogió dos
cubiertos. Al separarse de la mesa se dio cuenta. En un amago de
volver al pasado, había colocado todo para tres. Inconscientemente,
olvidó las dos ausencias forzadas con las que convivía desde 1991.
Su pensamiento, errático, le empujó a tenerlos presentes. Las
sillas, vacías, sentenciaron su inoportuno desliz. Con los ojos
inundados en lágrimas centró su mirada en el reflejo que proyectaba
aquella lustrosa botella de vino. Allí estaba, inmaculada. Era la
persistencia del recuerdo. El anhelo desdichado de tenerlos consigo
una vez más. El reflejo desgastado de sí misma, sola.