El amor en tiempos del cólera nada tiene que envidiarle al que se está dando en los tiempos que corren. El capitalismo, salvaje y voraz, se ha convertido en un sedante infalible para las relaciones amistoso - amorosas, hasta el punto de opacarlas y convertirlas en un mero trámite superficial y mercantil. Lo que ya está pillado… ¡mala suerte! Se lo lleva alguien con suerte… lo que queda a la vista… ¡mucha suerte! porque quizá venga con taras.
Con cada desacierto, se abre la veda. El outlet no tiene fondo. Parece proveerse de nuevo material a medida que avanza la noche, los días, la vida. Las carnes en el mostrador y… ¡sírvase usted mismo! Llévese un buen chuletón y/o una buena pieza de salmón, que si no le gusta, puede devolverlas (siempre dentro de una bolsa plástica vacía de rencores, resentimientos, iras…).
No hay compromiso. No hay responsabilidad. No hay implicación. No hay reciprocidad. O al menos, así queda de manifiesto. Porque cuando comenzamos – alegremente – a ver la luz al final de un túnel muy largo, ese “capitalismo feroz” que enajena los sentimientos reaparece, y nos impide percibirlos con nitidez. Y ante la duda… otro desacierto. Hoy Miss Mundo es China. Tony Scott muere de cáncer cerebral. Rihanna sigue estando enamorada de Chris Brown… Refugiarnos en vida ajenas - mejores o peores que las nuestras - es ponerle la guinda a esa sesión de compras en outlet, de la que sales sin comprar nada, o sabiendo que lo comprado, al final, terminarás dejándolo de lado.
Medias naranjas, medias azules, medias tintas en cada desencuentro. Y la vida continúa, fugaz, decadente… Crisis existenciales, crisis económicas, crisis, crisis, ¡crisis! La felicidad ajena se convierte en tu felicidad. Un guiño entre dos enamorados; un atisbo esperanza, un clavo ardiendo al que agarrarnos en los tiempos del amor efímero. En nuestro interior, siempre queda ese consuelo. Si los demás lo tienen… no puede ser difícil encontrarlo. ¿Dónde se están cortando las naranjas? ¿Dónde está el final feliz de los cuentos de hadas? ¡¿Qué mierda de historias nos contaba Disney?! Princesas y príncipes, sapos encantados y bellas durmientes… Felicidad a raudales. Pero al levantar la cabeza te das de bruces contra él. Siempre permanente, siempre constante… el outlet de siempre.
La edad, el físico, el coeficiente intelectual, la afinidad, la familia, los suegros, sus ex parejas, su currículum vitae, su solvencia económica, su actividad sexual, su limpieza, sus manos, sus ojos, su físico… ¿he dicho su físico? Su amor que para mi es cariño. Mi amor que para el resto es hielo… o fuego… ¿Quién sabe? El outlet sigue abierto. Hay de todo, y al mismo tiempo, da la sensación que no hay nada. La búsqueda es perenne, incesante y… ¿para qué? Toda la vida buscando una persona perfecta, y ¡zas! Al final te das cuenta que para otras personas, tú eres parte de ese outlet al que tanto acudes.
Lo que queremos, cuando lo tenemos, no lo apreciamos y lo dejamos escapar. Lo que no queremos, cuando llega, lo usamos por usar. Y acertó Pablo Cohelo cuando dijo que “no existe amor en paz. Siempre viene acompañado de agonías, éxtasis, alegrías intensas y tristezas profundas”. Cuando asumamos que “el amor” conlleva todos estas “taras”, posiblemente entonces, dejaremos de acudir a ese outlet y comencemos a remendarnos a nosotros/as mismos/as.